Coexistencias
COEXISTENCIAS
El origen de esta aventura fue la exhibición que reunió a un número significativo de escultoras mexicanas en el 2018. Durante esa experiencia, varias de las exponentes identificamos intereses e investigaciones cercanas que nos decidieron a plantearnos un nuevo proyecto expositivo.
Establecimos como campo de reflexión ‘las fronteras entre lo natural y lo artificial’: tanto para encontrar una idea que abarcara la producción de todas, como para plantearnos un ejercicio que nos permitiera generar contenidos y engarzar un guión legible y propositivo.
Algunas elaboramos piezas ex profeso para la exposición y otras escogimos obra ya hecha que conceptualmente se encontrase en ese brete.
El compendio que se integró muestra la potencia que ambos universos tienen en nuestro imaginario, al mismo tiempo que evidencia los estados alternos: de discrepancia y compenetración, que caracterizan a la relación entre lo humano y el mundo natural.
Con materiales tan diversos como: el bronce, la porcelana, la cera de abeja, la tela, el acero, la madera, semillas naturales, pasto, terrazo, e incluso, piezas de rompecabezas; y con estrategias creativas tan variadas como: el registro, la mímesis, la invención de nuevas floras y simientes, y las innovaciones tanto técnicas como asociativas entre objetos y materiales, se proponen mundos posibles donde, a veces con equidad y otras tantas en total asimetría, naturaleza y artificio muestran un amplio registro de cohabitación.
Mientras Beatriz Canfield nos revela su oficio con el acero elaborando pequeños módulos que juegan con las ideas de cerrado y abierto, remitiéndonos a planteamientos fundacionales del espacio construido, Laura Rosete explora los espacios habitables desde su imposibilidad: sus inmuebles de yeso, plástico y cemento están a disposición de la edilicia más para clausurarla que para posibilitarla. Ambas artistas se refieren a la escala humana por defecto en piezas cercanas al prototipo pero, si Beatriz exalta nuestra capacidad transformadora, Laura siembra la duda sobre ‘la humanidad’ de lo que construimos.
Edna Pallares se incorpora al tema de lo construido utilizando materiales como el terrazo, aquel pavimento que se usó masivamente durante los años setenta, para configurar objetos de volumetrías elementales que nos remiten a la fabricación pre-industrial, al trabajo artesanal que requiere de la mano, la mente y el corazón.
Construir sumando pequeñas unidades visibles es un proceder meramente humano. Así, como con ladrillos, Karen Perry sobrepone piezas de rompecabezas para atrapar de manera lúdica especies marinas de formas ondulantes y colores intensos que paradójicamente nos son inalcanzables en las profundidades oceánicas.
El gesto que Marina Lascaris guarda del mar, tiene que ver con lo poético. El brillo y la turgencia de sus bronces nos conceden acariciar y conservar las ondulaciones del agua. Atrapa el instante y nos acerca a la arquetípica nostalgia por el mar.
La añoranza de Miriam Medrez es terrestre y tiene que ver con los perfiles orográficos, en específico, el de las cordilleras montañosas del norte del país. Imprime paisajes en cianotipia sobre tela y los recorre con hilo para convertir el paraje inmóvil en travesía, en una historia para ser narrada.
Gerda Gruber se acerca a la naturaleza ofreciéndonos un catálogo alterno de semillas. Sus pulimentadas piezas cerámicas intervienen formalmente a simientes para transmutarlas en símbolos, en desafíos geométricos que se generan para hablar de colaboración y enriquecimiento mutuo entre hombre y natura.
Las estrellas de bronce de Maribel Portela disertan sobre la colaboración, pero sobre aquella que se da entre especies de distintos reinos, ya que sus sencillas y singulares piñas: forestales y femeninas, solo podrían crecer en frondas desconocidas donde hibridan raros especímenes vegetales y animales.
Para Yolanda Paulsen la contribución ocurre en armonía con la naturaleza, lo que explicita en el encuentro de materiales como la porcelana y la cera de abeja, y en su acercamiento a la apicultura, que nos permite sintonizarnos con el mundo natural al insertarnos en una cadena que nos ofrece sus beneficios.
La naturaleza en la obra de Yolanda Gutiérrez se pronuncia prácticamente por sí sola, ocultando a nuestros ojos su intervención casi por completo. Solo la mirada acuciosa nos permite ver el artificio en sus composiciones vegetales que articulan materiales de distintas fragilidades con enorme respeto, creándoles una aura y una dimensión espiritual.
La obra de Perla Krauze tiende puentes entre lo natural y lo construido. La geología y sus procesos milenarios le permiten hablar de transformación desde lo cuasi imperceptible y asir fuerzas anónimas. Sus fragmentos de lajas con rosas petrificadas en bronce nos presentan a la cultura como una huella muda perdida en los estratos del tiempo.
Mi trabajo, que también se incluye en este compendio, manifiesta la dilapidación y al mismo tiempo, la perseverancia de lo natural en el ámbito urbano. Utilizando basura, vestigios callejeros, y materiales tan humildes como el pasto y la tierra, me refiero a la naturaleza disminuida -y transmutada en quién sabe qué cosa-, que aún crece en nuestras ciudades.
Aunque el cuerpo de trabajo que exhibimos es vario pinto y conjunta reflexiones de lo más distantes, tiene la virtud de constituir un todo que muestra la complejidad y las riquezas tanto del pensamiento como de la práctica escultórica que ocurre en las fronteras mencionadas.
Los derroteros que transitamos tienen sentido hoy, cuando nos es imposible ignorar los daños que la sobrepoblación y el uso indiscriminado de los recursos naturales, han ocasionado a nuestro planeta.
La coexistencia es un hecho pero ¿será posible una cohabitación más justa y equilibrada para asegurar que ninguno de dichos mundos deje de existir?
¡Cuántas respuestas posibles!
Aquí, un botón de muestra…
Aurora Noreña
Febrero, 2019